martes, 29 de abril de 2008

LLANTO


Caminaba. El sol del mediodía se pegaba a su espalda y quemaba.
Caminaba.
El polvo de la calle removida levantaba pequeñas nubes bajo sus pies.
Marchaba en medio de la inmensidad, en medio de la nada.
Apuraba el paso. Quizá por el camino grande pasara un vehículo.
Todo era silencio. A veces algún pájaro huidizo se le acercaba, observaba, piaba. A veces un lagarto cruzaba la calle polvorienta, delante de sus pasos.
Y siempre la soledad. La inmensidad.
Los árboles distantes, en formación perfecta y rectilínea, interrumpían de tanto en tanto el horizonte de alambrados monótonos, tan geométricos como si una mano gigantesca los hubiera trazado con regla y escuadra desde el aire.
De tanto en tanto un molino girando y girando… efímera compañía hasta quedarse atrás, con su idioma de latas y vientos enredados y rotos entre sus aspas afiladas.
Caminaba casi indefinidamente.
A veces volvía la cabeza para ver cuánto había dejado atrás. Le hacía bien ver parte de la distancia recorrida, así el camino se le ocurría menos largo.
Esa siesta, detuvo el paso y pensó en los sueños que se persiguen por siempre jamás.
Sintió frustración y se le escapó de pronto una lágrima. Una lágrima en medio de tanta ausencia. Después otra lágrima y otra más. Y ya toda su persona no era ni cuerpo, ni alma, ni nada. Era llanto regado en el polvo del sendero. Sólo eso.

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