martes, 9 de agosto de 2011

AYER HIJOS, HOY PADRES



Siendo niños nos sentíamos seguros al amparo de nuestros padres, nada podía faltarnos, allí estaban ellos para velar por nuestra salud y felicidad.
Luego crecimos, nos alejamos siguiendo nuestros caminos tal como ellos nos lo señalaron con ejemplos.
Después nos transformamos en padres y comenzamos la ardua tarea de velar por nuestros hijos.
Pasamos a un segundo plano. Casi sin darnos cuenta los vimos crecer y partir. Hoy somos nosotros los que esperamos su regreso con los brazos y el corazón abiertos.
Entonces comprendemos con mayor claridad el significado de la palabra “ausencia”.
Nos damos cuenta también cuán importante es la familia, sus lazos afectivos, su apoyo incondicional en los momentos difíciles. El mero hecho de compartir a diario los logros pequeños o grandes acontecimientos de cada uno de sus integrantes, una comida, una palabra de aliento, un apretón de mano, son gestos simples capaces de devolvernos vida y alegría y constituyen además la más saludable de las terapias.
Cuántas cosas imprescindibles para el alma vamos dejando de lado en medio de la carrera desenfrenada por alcanzar bienes materiales, éxito, poder, posición social; pero no son más que eso, a lo sumo nos satisfacen momentáneamente.
Hoy necesitamos con urgencia detenernos, dejar de correr tras los cambios vertiginosos que nos encandilan y no nos dejan ver con claridad aquello que tiene verdadero valor.
Precisamos apagar por un momento la televisión, la computadora, el teléfono celular para poder encontrarnos verdaderamente, hablar, escucharnos, abrazarnos y decirnos cuánto nos amamos, ahora.
Porque sólo el amor y el tiempo compartido nos llenan el alma, nos rescatan de la soledad y son capaces de perdurar más allá del tiempo y de la vida terrenal.
Nancy Mansur