jueves, 30 de mayo de 2013

OJOS DE BOTONES

Abrí el armario y me encontré con la triste mirada del canguro.
-¡Que cierres, te he dicho!
-No pienso cerrar, nunca nos lo dijimos todo.
-¿Acaso alguna vez te he importado? ¿Acaso piensas que tengo toda la vida para esperar aquí, en tu planeta?
-Sabes muy bien que no es mi culpa tu extravío, yo no te pedí que vengas a mi casa, además nunca me agradeciste que te haya salvado de los periodistas, los investigadores, los cazadores de recompensa y hasta de los cazadores furtivos. Si no te gusta, bien puedes irte por donde has venido, allá vos con tu suerte y tu historia increíble de Saturno y tu cohete, que ni tú te la crees-
-No importa si me crees o no, y está bien que mis tiempos son otros- en Saturno no hace ni siquiera dos años que falto de casa, no sé si te acordarás  aunque te lo he repetido hasta el cansancio, allá un año equivale a más de veintinueve de los tuyos-  tengo derecho a extrañar mi espacio, mi tiempo, mis satélites… ¡Titán!  Que brilla mucho más que tu solitaria y plañidera luna. Me has confinado a este armario maloliente, lleno de bolitas de naftalina,  fotos viejas, cuadernos de cuando eras chica, que a mí, excepto por el recuerdo de tus berrinches de nena caprichosa no me dicen nada.
-A ver, ¿Quieres que hablemos como cuando yo era pequeña?
-Por supuesto, yo he añorado nuestras confidencias durante un tiempo que se me torna cada vez más incierto  y sabes que mientras no actives el cohete y lo apuntes hacia la estrella que siempre te indico en tu cielo, yo no puedo irme, estoy a tu merced.
-Hablaremos entonces. Pero esta vez no nos diremos mentiras piadosas. Nada de anillos de arco iris con adornos de oro y piedras preciosas. Ni de aquel salto insólito que te trajo esa noche hasta mi cama para secar mi llanto silencioso.
-Bien. Diremos verdades, ya que siempre eres tú la que decide.
-Entonces aguantarás que te desenmascare. Yo vi cuando mi abuela te cosía con los retazos de mi tapado de paño. No me olvido de esa noche que mis padres me dejaron en su casa porque tenían que ir al hospital y me sentía triste. ¿O te piensas que nunca supe la verdad? Vos me mentías, me mirabas con tus ojos de botones tristes y me consolabas para que la verdad duela menos.
-Claro. Y luego, así como así te fuiste y me olvidaste.
-Nunca me olvidé de vos, sólo que aquí en mi planeta los años corren más de prisa que en el tuyo, no lo olvides.
-A mí no me parece un justificativo válido para tanta indiferencia.
-¿Cómo indiferencia? Qué poco me conoces al fin. Si casi no me he dado cuenta que se me pasó la vida. Hoy he perdido algo valioso y tengo muchas ganas de llorar, y he venido a buscarte. Regresé. Siempre regreso.
 -¿Perdiste algo? Con razón tu berrinche. ¿Tu muñeca de trapo? ¿Tu hélice de plástico? ¿Tus aritos de oro? Vamos, habla, todo estará bien, sabes que soy bueno ayudándote a encontrar juguetes, no, más bien a secar el llanto de tus desventuras.
-Esta vez dudo que puedas ayudarme.
-Dime de qué se trata. ¿Un amor perdido acaso? ¿Tanto ha pasado el tiempo?
-Nada de eso. Hoy, cuando sonó el teléfono escuché a la Tía Luisa quebrarse cuando me decía:
 -La abuela ha muerto- Me vine como estaba. Corrí, entré a esta pieza que solía ser sólo mía y lo primero que hice fue abrir el armario.
-Y ya lo sé, piensas dejarme acá otro medio siglo. Ya te dije que cierres la puerta.
-No, he venido a decirte que tengo otro armario para vos, con una pequeña caprichosa que llora cuando pierde sus cosas, que enjugará sus lágrimas en tus orejas blandas y que adivinará qué te pasa cuando la mires con tus ojos de botones tristes.
-¿Y podré volver a casa?
-Creo que ella sí te acompañará a Saturno.
                                                                                           Nancy

AROMAS



En el patio de tierra recién barrido transcurre  la fiesta diaria de los niños que dejan pasar las horas polvorientas, envueltos sus juegos en viento norte y saeta de   chicharras.
Tiempo mágico, reino de la infancia donde todo es posible, y sin ser ninguna estampa de libro de cuento la siesta toda encarna el cuadro vivo. 

Aquí la madre inclinada sobre la máquina de coser y el balanceo del pedal con su monotonía de tras tras. Allí el aroma dulce de la madreselva,  esparcido a sus anchas por el huerto, corriendo liviano sobre el caminito para apurar, a la caída del sol, el abrazo del padre que huele a trabajo, a entrega, a leña.