En el patio de tierra
recién barrido transcurre la fiesta
diaria de los niños que dejan pasar las horas polvorientas, envueltos sus
juegos en viento norte y saeta
de chicharras.
Tiempo mágico, reino de la
infancia donde todo es posible, y sin ser ninguna estampa de libro de cuento la
siesta toda encarna el cuadro vivo.
Aquí la madre inclinada
sobre la máquina de coser y el balanceo del pedal con su monotonía de tras
tras. Allí el aroma dulce de la madreselva,
esparcido a sus anchas por el huerto, corriendo liviano sobre el
caminito para apurar, a la caída del sol, el abrazo del padre que huele a
trabajo, a entrega, a leña.
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