En mi pueblo hay una esquina inusitada.
Cada año durante los
equinoccios, aparece en ese punto una persona que nunca antes ha sido
vista por ningún habitante. Siempre es alguien diferente, indefectiblemente
seductor y extremadamente hermoso.
Hace su ingreso al planeta en el momento exacto en que el
sol forma un eje perpendicular con el ecuador, de modo que éste corta la eclíptica.
Si casual o deliberadamente alguien acierta pasar por ahí justo en ese
instante, queda atrapado por el resto de su vida en las redes de un amor
imposible.
El desafortunado sujeto estará condenado a vagar
perpetuamente buscando un querer perdido, corriendo para siempre detrás de una
ilusión inalcanzable, llorado mares, escribiendo poemas interminables y
consumiéndose en los fuegos de una pasión no correspondida.
Todos los habitantes podrían evitar dicho cruce de calles
o, en caso contrario pasar por allí a propósito, ya que hay quienes han
manifestado que les gustaría
experimentar los encantos de un amor imposible, que se sabe desde
siempre, son los únicos perfectos. Pero sucede que año a año y estación tras
estación, el punto ha ido cambiando su
ubicación.
Una primavera se dio en Chacabuco y Mariano Marull. Justo pasó por ahí Julio Bergmann y a partir de
entonces su vida se convirtió en un verdadero infierno.
Enamorado perdidamente de Lucía Santos Rega, vagó
indefinidamente suspirando por esa hermosa mujer que nadie había visto jamás.
Todos los bares del pueblo conservan el recuerdo de Julio
Bergmann llorando de pie ante una barra, consumiendo cientos de cigarrillos,
olvidando poemas en las servilletas, buscando en cada mujer el rostro de la
añorada Lucía Santos Rega.
Una mañana decidió terminar para siempre con su eterno
sufrir. Quemó todas sus memorias de confesiones
inconfesables y me hizo jurar que jamás revelaría el secreto de las
coordenadas.
Ciertamente yo juré y jamás ha cruzado por mi cabeza
revelarlo.
Pero ya hace varios otoños que estoy buscando desesperada
e inútilmente a Julio Bergmann.
Nancy
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