martes, 28 de julio de 2015

PRESIDIARIA

PRESIDIARIA
Cantó el gallo. 
Cómo quisiera tener una silla un poco alta, para colgar las piernas y balancearlas a modo de dos péndulos. No sé si habrá afuera sol o nubes. Acá siempre es invierno. Las primaveras migraron quién sabe adónde. Pero era primavera aquella tarde. Primavera y llovía. Lo que no recuerdo es si había o no arco iris, si hacía frío… ¡hace ya tanto!
Después me quedé sin tiempo, se me fue olvidando de las manos, resbalando por el piso impregnado de orines, trepando pared arriba hasta alcanzar la claraboya, escurriéndose entre las rejas, los patios, para ganar la calle, el campo, el cielo.
Con mi prisión perpetua a cuestas, con mi fría condena de morir para siempre, de vivir para nunca. Toda silencio y soledades. Huérfana. De padres, de hijos, de todo. De afectos, de caricias, de visitas. 
Mi hermana a veces venía y me contaba estrellas y lloviznas, pero a mí me ganaron los barrotes y a ella se la fue tragando el alcohol gota a gota...Y me quedé sin nada.
La gente nace, muere, pasa. Yo sólo transcurro en este averno, y no encuentro manera de escapar.
Otra vez cantó al gallo y necesito una silla, que sea bien alta, que mis piernas se cuelguen y pendulen… adelante, atrás, adelante, atrás…
Algunas tardes el reuma me da una tregua, y apoyando la espalda en la pared cierro los ojos y me marcho. Siento como que el alma se me va desprendiendo y se aleja de los barrotes en una suerte de vuelo rasante, y se va buscando la casa de la niñez, la casa de ladrillos sin revoque a la orilla del pueblo, hecha de hambres y de ausencias. 
Feliz a su pesar. Dicha de azúcar y vinagres, casi remiendo y pies descalzos, casi hiel y rayuela.
Entonces todo vuelve al punto de partida. Todo gira y retorna, como una monótona y cruel rueda. Mi infancia rota, cercenada. Mi odio duro, impenetrable, cerrado, por donde no puede filtrarse el arrepentimiento. Y de nuevo mi mano se alarga al cuchillo, una vez y otra vez, y mil veces. Y otras tantas revuelve la carne caliente para que se cumpla el juramento. Y entonces algo se vuelve a lavar con la sangre.
Otra vez cantó el gallo.


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