miércoles, 13 de abril de 2011

LÁGRIMAS DE LUNA




Era bella la tarde, olía a verde y trinos
pero ella no tenía adonde ir a llorar.
Se sintió desolada, mordida por el llanto
que desde sus abismos pugnaba por brotar.
Detonaba en sus sienes, martillaba en sus ojos
y las lágrimas yertas negábanse a estallar.
Tan huérfana y desierta caminó aquella senda
hasta el triste sepulcro de los que otrora amó
y allí soltó el torrente de dolor reprimido,
de antiguas frustraciones y viejo desamor.
No supo cuánto estuvo llorando en sus rodillas
hasta volverse nada en posición fetal.
Como cuando era niña deseó morir de pena
en blanca vestidura de escarcha, gasa y tul
y castigar severa a los que injustamente
nutrieron sus angustias, majaron su pesar.
Cayó la noche lúgubre, la salpicó de estrellas
la bañó con su luna y de pronto sintió
que ya no estaba sola, que era la niña fuerte
y vio cómo su padre la venía a salvar,
la cargaba en sus hombros y le mostraba el cielo
con sus blancas Marías y con la Cruz del Sur.
La encontraron tendida en la fría mañana,
su cuerpecito laxo presagiaba la paz.
Ya no era aquella anciana de cabellos grisados
y piel de pergamino y endeble caminar.
La sepultaron niña, su piel toda rocío,
en su frente la luna y en su melena el sol.

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